miércoles, 3 de marzo de 2010

Car Wheels on a Gravel Road (Lucinda Williams)



El rugiente motor de un Buick o de un Cadillac (o de cualquier arquetípico coche americano) haciendo que las gomas montadas sobre unas llantas cromadas vayan devorando una rectilínea y solitaria carretera, en la que sólo los ocasionales moteles (y una cerveza de cuello alto bien fría) puedan hacernos parar. Este es el marco en el que siempre he deseado escuchar este disco. De momento, y hasta que pueda hacerlo, me lo he traído a Venus para que conozcáis (los que no tenéis el placer) a esta dama sureña única: Lucinda Williams.

Dueña de una voz rota y autora e intérprete de impresionantes canciones con una gran riqueza literaria, Lucinda Williams es un diamante en bruto que no necesita ser pulido porque las historias que cuentan sus canciones son duras como el cemento y duelen como el alambre de espinos, pero brillan hasta hacer que cierres los ojos, y únicamente escuches. Nacida en Lake Charles, Louisiana, su padre fue profesor de literatura y poeta, e influyó decisivamente en ella transmitiéndole el amor por las letras y el gusto por el blues del Delta del Mississippi y Hank Williams. Por otro lado, su madre le transmitió el interés por el folk a través de figuras como Bob Dylan, Leonard Cohen y Joni Mitchell. Con este bagaje musical tras ella, no es de extrañar que Lucinda decidiera contar historias utilizando el blues, el country, el rock, el folk y el Cajún como acompañamiento para sus letras.

Car Wheels on a Gravel Road (1998) fue el quinto album de Lucinda, y el primero publicado por una major (Mercury Records) tras haber publicado sus anteriores obras en sellos menores. En su conjunto, es un concentrado de buena música americana con raíces profundas en el country-rock. En él podemos encontrar una brillante descripción de la vida en los estados sureños de los Estados Unidos, de hecho, son numerosas las referencias a diferentes ciudades o lugares a lo largo del disco. Asimismo, Lucinda se adentra en los entresijos de amores que terminan mal o de lo que pudo haber sido y no fue. Las melodías son sencillamente deliciosas, de forma, que tras escucharlas un par de veces, te encuentras tarareando las canciones. Su voz suena firme y rota, la percusión tiene un brillo especial, las guitarras se apoyan con frecuencia en el slide y sus notas fluyen, y la armónica aparece reforzando todo el conjunto.

En definitiva, una obra mayúscula. Un disco tremendo de una autora inigualable en la que nada es fingido o impostado, sino que destila autenticidad por todos los lados. Yo tuve la suerte de verla en directo y me sacudió, me noqueó, me vapuleó como pocos directos lo han hecho. No lo dudéis, sacad la botella de Jack Daniel’s, algo de hielo, subid el volumen en el ampli y disfrutad de un rato con Lucinda Williams. Os aseguro que no la olvidaréis.

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