viernes, 19 de febrero de 2010

Tommaso y el fotógrafo ciego (Gesualdo Bufalino)


Tommaso Mulè es el conserje de un edificio que amenaza con venirse abajo en cualquier momento y que está habitado por los más dispares personajes. Entre estos, está Tiresias, casi su único amigo, el fotógrafo ciego mencionado en el título, que se dedica a retratar mujeres desnudas.
Un día, Tiresias muere en lo que parece ser un desgraciado accidente… o no tan accidente, y Tommaso se lanzará a tratar de resolver el misterio. Pero esta novela no es simplemente eso, sino bastante más; es, de hecho, una novela dentro de otra, un experimento literario del que su autor salió airoso y que, pese a no figurar en prácticamente ningún listado de obras recomendadas, vale la pena leer e, incluso, releer.
Supongo que muchos otros hacen como yo en las librerías, hojeando un libro indeciso sobre si valdrá la pena comprarlo o no: suelo leer los comienzos y dejar que sea el propio autor quien me convenza y no supuestos críticos literarios con sus citas más o menos exageradas que las editoriales colocan en la contraportada. En este caso Bufalino me convenció: “De niño me encantaba el rumor de la lluvia. Por las mañanas, sobre todo, en la duermevela, cuando la sentía llegar confusamente a mis oídos…”
El autor fue para mí todo un descubrimiento hace ahora unos años, cuando leí un artículo en El País (creo recordar) donde se le rendía un pequeño homenaje. Es un caso llamativo dentro de la literatura: no publicó su primer libro hasta haber rebasado los sesenta años y, aunque tuvo un éxito inmediato, apenas pudo disfrutarlo ya que falleció en 1996, a la edad de setenta y cinco años.
Otras obras suyas que merecen ocupar un lugar en nuestra biblioteca particular:
Perorata del apestado
Las mentiras de la noche
Argos el ciego

En esta última, el principio también es imborrable: “Fui feliz un verano, en el cincuenta y uno. Ni antes ni después: aquel verano.”

End of Love (Clem Snide)



No hay ningún adjetivo que, por sí solo, pueda definir todo lo que encierra este disco, y no queda sino recurrir a literarios binomios adjetivales para tratar de acercarnos al meollo del asunto. De este modo, el quinto disco del inestable (continuos cambios de formación han sacudido la banda) proyecto musical de Eef Barzelay podría definirse como melancólicamente delicioso, orgánicamente íntimo, amargamente dulce o brillantemente catártico. Las posibilidades son infinitas, tal es la grandeza de esta obra.

La causa del inmenso abanico de sensaciones que provoca la escucha de End of Love viene marcada, sin duda, por los múltiples ingredientes musicales que lo componen. Así, podemos encontrar las dosis justas de country-rock, jazz y folk, fijadas todas con el brillante barniz del pop alternativo. Con el amor, no podía ser de otra manera, como eje principal del disco, la mezcla resulta en un compendio de la mejor tradición musical americana que va desde Gram Parsons o Neil Young a Lambchop pasando por Wilco.

El amor, decíamos. En todas sus vertientes, eso sí, para lo bueno y para lo malo. Porque como vemos en la canción que abre el disco, End of Love, “…no one will survive the end of love”. Por otro lado, antes de que eso pase, conviene empaparse de la vital Fill Me with Your Light o tratar de comprenderlo, el amor digo, meciéndonos en la preciosa Tiny European Cars. Para cuando ya no exista remedio, la onírica Something Beautiful, nos mostrará lo que el amor nos puede llevar a hacer; y la deliciosa When We Become casi nos convencerá de la necesidad del mismo. Para otro tipo de amores, más personales y subjetivos (si cabe), Jews For Jesus Blues y God Answers Back son la respuesta.

Para finalizar, y volviendo a asuntos terrenales o, mejor dicho, venusianos, no queda sino recomendaros encarecidamente este fantástico disco. En realidad, os recomiendo toda la discografía de Clem Snide (sin duda, una de mis debilidades), pero si queréis acercaros a ellos por primera vez, End Of Love es vuestro disco. Os garantizo que no os dejará indiferentes. Yo, por mi parte, me lo llevo a Venus para disfrutarlo tranquilamente durante una soleada mañana o una lluviosa tarde, da lo mismo.

martes, 16 de febrero de 2010

Un día en Venus con Fernando Lalana

Nuestro primer invitado en Venus es Fernando Lalana, autor de teatro y literatura infantil y juvenil. No consideramos que sea necesario presentarlo, pues su nombre y, sobre todo, sus obras, son de sobra conocidos. De todos modos, si no la habéis visitado ya, os dejamos aquí el enlace a su página web: www.fernandolalana.com
Desde Venus, mil gracias, Fernando, por tu colaboración.

1) Siguiendo el ejemplo de un concurso organizado por una revista norteamericana, ¿podrías escribir tu autobiografía en no más de diez palabras?
Arquitecto frustrado, abogado imposible, escritor profesional de rebote.

2) ¿Qué se siente al ver a alguien que no te conoce de nada con un libro tuyo en las manos?
Me ha ocurrido pocas veces. Siento un impulso casi irrefrenable de decirle: ¡Oiga, oiga, que soy yo, soy Lalana, su escritor favorito! Pero entonces pienso que quizá vaya con mi libro camino del contenedor azul para arrojarlo allí con desprecio. Y miro para otro lado. Pero siempre se me acelera el corazón.

3) Eres, sobre todo, un contador de historias. ¿Quién te las contaba a ti?
Verne, Salgari, Poe, Dumas, Conan Doyle, Jardiel Poncela, Mihura, Pirandello, Blasco Ibáñez, Valle, Buero... Y tantos otros.

4) Tienes alrededor de un centenar de libros a tus espaldas, ¿puedes elegir tu preferido entre todos ellos? La respuesta fácil sería decir el último, así que no la aceptamos.
Vale, listillos. Como ya tengo 103 libros publicados, me quedo con el 100, que no es el último ni el penúltimo, pero sí mi última novela: “El Círculo Hermético”. Y, si no os vale, elijo “La Muerte del Cisne”. No vende un clavel, pero creo que es de lo mejor que he escrito.

5) ¿Qué libro te gustaría haber escrito?
Cada mes leo al menos un libro del que digo: ¡Cuánto me habría gustado escribirlo a mí! Puestos a elegir: “La Vida es Sueño”, de Calderón y “La Tourneé de Dios”, de Jardiel Poncela. ¡Ah! Ya la trilogía Millenium, de Larsson, por la cosa de la pasta. Pero sin morirme después de un infarto, ¿eh?

6) ¿Crees que Zaragoza es un buen lugar para dedicarse a vivir del cuento?
Si puedes vivir del cuento, como yo, casi cualquier lugar es bueno. Yo no vivo en Zaragoza sino en el Casco Viejo de Zaragoza, que es distinto. Es casi como un pueblo donde todos nos conocemos. La principal diferencia con un pueblo es que la plaza principal es muy grande y, en lugar de una iglesia, hay dos catedrales. A veces sí voy a Zaragoza, que está al cruzar a la otra acera de mi calle. Lo malo de Zaragoza es que el clima es asqueroso. Polvo, niebla, cierzo y sol, que cantaba Labordeta.

7) Tu pasión por el teatro aparece en varias de tus novelas juveniles, y además eres autor de varias obras. Si tuvieras que elegir entre asistir a una función o leer el “mejor libro jamás escrito”, ¿con qué opción te quedarías?
Entre una mala función de teatro y un buen libro, me quedo con el libro. Entre un mal libro y una buena serie de televisión, me quedo con la serie. Hay que optar siempre por lo bueno. En la propuesta que me haces, la cosa está clarísima: Me quedaría en casa leyendo el mejor libro jamás escrito. Que, seguramente, será una obra de teatro.

8) Has logrado algo que muy difícilmente otro autor pueda conseguir: ganaste el Barco de Vapor y el Gran Angular el mismo año, con Silvia y la máquina Qué y con Scratch, respectivamente. ¿Cómo se siente uno ante algo semejante? ¿Pudiste dormir esa noche?
No solo eso. Apenas unas semanas antes me habían concedido el Premio Nacional. Esa noche, la del Nacional, sí que no pude pegar ojo, pensando en todo lo que podía significar ese premio. Y me quedé cortísimo. Ese día cambió mi vida. 1991 fue un año increíble para mí. Cuando me dieron el Gran Angular y el Barco de Vapor a la vez, me creí el mejor autor de España y eso me llevó a hacer y decir algunas estupideces. Pero me duró poco.

9) ¿Dónde te gustaría dejar huella?
Yo no aspiro a dejar huella en ninguna parte. No lo deseo. Yo solo aspiro a disfrutar del cariño de mi mujer y mis hijas mientras viva. Pero ojalá que me olviden por completo el mismo día en que yo muera. Ellas y el resto de la gente.

10) Suele decirse que en el ámbito de la literatura “infantil y juvenil” no existe la rivalidad y envidia que aparentemente sí hay entre algunos autores de la llamada “para adultos”. ¿Es cierto? ¿Podrías resumirnos cómo es tu relación con otros autores y con los editores?
En general, tengo una relación correcta con la mayoría de mis compañeros, tanto autores como ilustradores. Por algunos de ellos –pocos- siento un sincero afecto que podría llegar a amistad de no ser por la distancia que nos separa. (Tened en cuenta que yo vivo “en provincias”). Pero sé que hay algunos que no me tragan y el rechazo es mutuo, aunque creo que se trata de una cuestión más personal que profesional. Incompatibilidad de caracteres, quizá. Como podéis imaginar, la proporción de imbéciles en nuestro oficio es muy similar a la del resto de la sociedad. Lo de los editores es otra historia. Ellos son los amos de la plantación y nosotros recogemos el algodón mientras cantamos espirituales. Pese a ello, quizá tengo más amigos y menos enemigos en el bando editorial que entre mis propias filas.

11) Un libro, una película, un personaje (real o ficticio) y una canción que hayan marcado tu vida (o una parte determinada de ella). Cuéntanos cómo y por qué.
A mí, el libro que me cambió la vida fue “Morirás en Chafarinas”, pero si se trata de libros de otros, ya he mencionado “La Tourneé de Dios”. Lo leí muy joven, con trece o catorce años y descubrí en él que ese era el tipo de humor que me hacía reír. Cada vez que alguien ríe con alguno de mis libros, se lo debe a Jardiel Poncela. Y el sentido del humor es quizá lo más determinante en el carácter de una persona.
2001: Una odisea espacial. Mi padre me llevó a verla con diez años. Él creyó que era una peli de marcianos y salió echando las muelas. Yo salí atónito del cine. Acababa de descubrir de golpe a Kubrik –un genio del cine- y a Arthur C. Clarke, o sea, la ciencia-ficción de verdad, la buena, que durante varios años sería mi género favorito. Y aún lo sigue siendo, en cierto modo.
Todos los personajes que yo creo para mis novelas tienen algo de Sandokán y algo de Sherlock Holmes.
Apenas escucho música. Creo que no me gusta casi nada. Ninguna canción ha influido en mi vida, que yo recuerde.

12) Cuéntanos un viaje que tienes pendiente, ya sea real o ficticio.
Me habría gustado que la exploración espacial no se detuviera. Poder viajar al espacio exterior, llegar donde jamás ha llegado el ser humano. Contemplar naves en llamas más allá de Orión. Pero llegó el final de la Guerra Fría y , ahora, la Gran Crisis; y la NASA es ahora una reunión de pedorros. Así que mis sueños espaciales se perderán cuando yo muera como lágrimas en la lluvia.

13) Recomienda un libro que no sea fácil de encontrar en las estanterías de las librerías.
“El pecado o algo parecido” de Francisco González Ledesma. Para los aficionados a la novela negra realmente curtidos. En serio. No recomendable para menores de edad.

14) Dinos el nombre de alguien a quien no deberíamos perderle la pista.
A Daniel Nesquens. Ya tiene un buen montón de libros publicados pero creo que Daniel aún tiene que explotar. Y el día que lo haga, deslumbrará.

15) ¿Nos dejas una cita para nuestro cuaderno de abordo?
Claro. Quedamos en enero de 2022, cuando se inauguren los Juegos Olímpicos de Invierno de Zaragoza. Apúntalo en tu agenda.

16)No, idiota, nos referimos a una cita literaria.
Ah, perdón. Entonces, una frase de John Lennon: “La vida es lo que nos pasa mientras hacemos otros planes.”
Por cierto: A bordo se escribe separado. De nada.

miércoles, 10 de febrero de 2010

Them Crooked Vultures (Them Crooked Vultures)





El mismo año 1969 en el que nacía Dave Grohl (Nirvana y Foo Fighters, entre otros), Led Zeppelin iniciaba su
contunden-te carrera musical con la publicación de sus dos primeros elepés. Poco, o nada, podía imaginar el joven Grohl, atraído desde su adolescencia por el sonido megalítico de bandas como los propios Led Zeppelin, Black Sabbath o KISS y por el frenesí punk de Black Flag o The Germs, que cuarenta años más tarde grabaría un jugoso disco con el bajista del plúmbeo globo, el incontestable John Paul Jones. Y encima, todo hay que decirlo, acompañados por la guitarra/voz de otro monstruo como Josh Homme (Kyuss, Queens of the Stone Age).

El resultado de la unión de semejante trío es, como no podía ser de otra manera, una suculenta rodaja musical con trece pelotazos del mejor rock aderezado con sonidos stoner, grungies e incluso progresivos. Parece ser que la idea de hacer algo juntos empezó a fraguarse en 2005, sin embargo, el proyecto quedó aparcado y no fue hasta el verano de 2009 cuando la banda anunció que habían grabado un disco, el homónimo Them Crooked Vultures.

A lo largo de los trece temas que componen el disco, el trío se muestra como una máquina de generar rock de alto voltaje perfectamente engrasada y en la que el bagaje personal de cada uno de los componentes se fusiona de forma que sean claramente apreciables reminiscencias a Nirvana, Queens of the Stone Age y, por supuesto, Led Zeppelin, sin que ninguna llegue a predominar en el conjunto.

A destacar por un servidor, sin desmerecer todas las demás, No one loves me & neither do I con su pesado y zeppeliano riff; Elephants, veloz, pegadiza y perfecta como single; Scumbag Blues, con una tremenda línea de bajo; Warsaw or the first breath you take after you give up, temazo de más de siete minutos con toques noise; y la que cierra el disco, Spinning on Daffodils, que encierra todas las esencias de la banda.

En definitiva, un disco imprescindible en nuestra discoteca venusiana que hará las delicias de todos aquellos adictos al rock de alta graduación. Con la esperanza de que este proyecto no se quede en un único disco, de momento le sacaremos todo el jugo posible a esta joya.

El lápiz del carpintero (Manuel Rivas)


Hay ocasiones en las que me parece que ha merecido la pena leer un libro por un simple detalle. A pesar de sus muchos aciertos, eso fue precisamente lo que pensé cuando terminé la lectura de El lápiz del carpintero, que había valido la pena por un detalle que el autor gallego había colocado en el texto. En este caso el detalle era una imagen, o su evocación por medio de las palabras: apenas comenzada la narración, uno de los personajes relata una pequeña historia sobre dos hermanas que vivían en una casa desde la que se veía el mar, y una noche se produce el naufragio de un mercante cargado de acordeones. La marea embravecida arroja los instrumentos hasta la playa, haciéndolos sonar y despertando a las dos hermanas y a todos los vecinos. Los acordeones sonaron toda la noche, con melodías, claro, más bien tristes, pone Rivas en boca de su personaje. Recuerdo que al leer ese fragmento pude ver perfectamente las decenas de acordeones empujados por las olas en una playa cubierta por la bruma. Casi pude oír la música también, aunque tengo muy mal oído para eso. Por la mañana, los acordeones yacían en los arenales, como cadáveres de instrumentos ahogados.
En el año 2000 viví en Londres, trabajando como ayudante de conserje en un hotel muy próximo a Oxford St y a Tottenham Court Rd. En mi mismo departamento trabajaban tres ingleses, un australiano y un gallego, que un día me comentó que era buen amigo de Manuel Rivas. Yo había leído El lápiz del carpintero unos meses antes de mudarme a Londres (recuerdo que me la regaló mi hermano en las navidades de 1999) y seguramente dije algo así como que me gustaría conocerle. Un día Rivas se presentó en el hotel preguntando por él y la timidez me impidió decirle “Oye, yo también escribo”, que es lo que los que empiezan sueltan a la primera oportunidad cuando se encuentran frente a frente con un autor reconocido. Supongo que él estaría harto de oír frases semejantes de aprendices con aires de grandeza, así que en el fondo me alegré de ser tímido.
Como sea, esta novela merece ser leída con cierta parsimonia, cosa algo complicada, porque las palabras te cautivan y te arrastran hacia el final, como las olas a los acordeones. Lástima que se hiciera una película demasiado pronto, lo que suele quitarle lectores a la novela original, especialmente si la película en cuestión recibe críticas tan negativas como fue el caso.

martes, 2 de febrero de 2010

¿Por qué Un día en Venus?


¿Por qué Un día en Venus? Muy simple: sentimos que el tiempo se nos escapa cada vez más rápido, que las horas y los días se nos van entre los dedos, y nada mejor para tratar de evitarlo que mudarnos por un día a Venus, pues allí un día dura doscientos cuarenta y tres días terrestres. Además, hay otra cosa interesante acerca de Venus: gira sobre sí mismo en dirección contraria a la nuestra, es decir, que va contracorriente. Algo así como nosotros, que aunque a veces nos dejamos llevar por la corriente, otras vamos contra ella, y otras... ya veremos adónde y cómo vamos.
Como sea, para un día tan largo hemos decidido llevarnos con nosotros unos cuantos libros, unas canciones, unas imágenes (para no olvidarnos de lo que dejamos aquí), y algún que otro amigo.
Un día en Venus es una bitácora personal y subjetiva, sin ánimo alguno de sentar cátedra ni jurisprudencia. Nos gusta la cultura y queremos hablar de ella. Nuestra intención no va más allá de dejar constancia escrita de algunos de nuestros gustos y opiniones y, sobre todo, de hablar de cultura. No pretendemos nada; hacemos esto porque nos gusta, simplemente. La idea es plantar una pica en Venus, llevando como equipaje una pequeña parte de lo más importante de la Humanidad, su cultura.

Ah, aceptamos compañía. La bitácora está abierta a todo aquel que desee colaborar, ya sea con una reseña, un comentario o una corrección, un relato corto o un poema. Si tienes algo que merezca la pena llevar hasta Venus, envíalo al correo undiaenvenus@gmail.com