Tommaso Mulè es el conserje de un edificio que amenaza con venirse abajo en cualquier momento y que está habitado por los más dispares personajes. Entre estos, está Tiresias, casi su único amigo, el fotógrafo ciego mencionado en el título, que se dedica a retratar mujeres desnudas.
Un día, Tiresias muere en lo que parece ser un desgraciado accidente… o no tan accidente, y Tommaso se lanzará a tratar de resolver el misterio. Pero esta novela no es simplemente eso, sino bastante más; es, de hecho, una novela dentro de otra, un experimento literario del que su autor salió airoso y que, pese a no figurar en prácticamente ningún listado de obras recomendadas, vale la pena leer e, incluso, releer.
Supongo que muchos otros hacen como yo en las librerías, hojeando un libro indeciso sobre si valdrá la pena comprarlo o no: suelo leer los comienzos y dejar que sea el propio autor quien me convenza y no supuestos críticos literarios con sus citas más o menos exageradas que las editoriales colocan en la contraportada. En este caso Bufalino me convenció: “De niño me encantaba el rumor de la lluvia. Por las mañanas, sobre todo, en la duermevela, cuando la sentía llegar confusamente a mis oídos…”
El autor fue para mí todo un descubrimiento hace ahora unos años, cuando leí un artículo en El País (creo recordar) donde se le rendía un pequeño homenaje. Es un caso llamativo dentro de la literatura: no publicó su primer libro hasta haber rebasado los sesenta años y, aunque tuvo un éxito inmediato, apenas pudo disfrutarlo ya que falleció en 1996, a la edad de setenta y cinco años.
Otras obras suyas que merecen ocupar un lugar en nuestra biblioteca particular:
Perorata del apestado
Las mentiras de la noche
Argos el ciego
En esta última, el principio también es imborrable: “Fui feliz un verano, en el cincuenta y uno. Ni antes ni después: aquel verano.”
Un día, Tiresias muere en lo que parece ser un desgraciado accidente… o no tan accidente, y Tommaso se lanzará a tratar de resolver el misterio. Pero esta novela no es simplemente eso, sino bastante más; es, de hecho, una novela dentro de otra, un experimento literario del que su autor salió airoso y que, pese a no figurar en prácticamente ningún listado de obras recomendadas, vale la pena leer e, incluso, releer.
Supongo que muchos otros hacen como yo en las librerías, hojeando un libro indeciso sobre si valdrá la pena comprarlo o no: suelo leer los comienzos y dejar que sea el propio autor quien me convenza y no supuestos críticos literarios con sus citas más o menos exageradas que las editoriales colocan en la contraportada. En este caso Bufalino me convenció: “De niño me encantaba el rumor de la lluvia. Por las mañanas, sobre todo, en la duermevela, cuando la sentía llegar confusamente a mis oídos…”
El autor fue para mí todo un descubrimiento hace ahora unos años, cuando leí un artículo en El País (creo recordar) donde se le rendía un pequeño homenaje. Es un caso llamativo dentro de la literatura: no publicó su primer libro hasta haber rebasado los sesenta años y, aunque tuvo un éxito inmediato, apenas pudo disfrutarlo ya que falleció en 1996, a la edad de setenta y cinco años.
Otras obras suyas que merecen ocupar un lugar en nuestra biblioteca particular:
Perorata del apestado
Las mentiras de la noche
Argos el ciego
En esta última, el principio también es imborrable: “Fui feliz un verano, en el cincuenta y uno. Ni antes ni después: aquel verano.”
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