miércoles, 10 de febrero de 2010

El lápiz del carpintero (Manuel Rivas)


Hay ocasiones en las que me parece que ha merecido la pena leer un libro por un simple detalle. A pesar de sus muchos aciertos, eso fue precisamente lo que pensé cuando terminé la lectura de El lápiz del carpintero, que había valido la pena por un detalle que el autor gallego había colocado en el texto. En este caso el detalle era una imagen, o su evocación por medio de las palabras: apenas comenzada la narración, uno de los personajes relata una pequeña historia sobre dos hermanas que vivían en una casa desde la que se veía el mar, y una noche se produce el naufragio de un mercante cargado de acordeones. La marea embravecida arroja los instrumentos hasta la playa, haciéndolos sonar y despertando a las dos hermanas y a todos los vecinos. Los acordeones sonaron toda la noche, con melodías, claro, más bien tristes, pone Rivas en boca de su personaje. Recuerdo que al leer ese fragmento pude ver perfectamente las decenas de acordeones empujados por las olas en una playa cubierta por la bruma. Casi pude oír la música también, aunque tengo muy mal oído para eso. Por la mañana, los acordeones yacían en los arenales, como cadáveres de instrumentos ahogados.
En el año 2000 viví en Londres, trabajando como ayudante de conserje en un hotel muy próximo a Oxford St y a Tottenham Court Rd. En mi mismo departamento trabajaban tres ingleses, un australiano y un gallego, que un día me comentó que era buen amigo de Manuel Rivas. Yo había leído El lápiz del carpintero unos meses antes de mudarme a Londres (recuerdo que me la regaló mi hermano en las navidades de 1999) y seguramente dije algo así como que me gustaría conocerle. Un día Rivas se presentó en el hotel preguntando por él y la timidez me impidió decirle “Oye, yo también escribo”, que es lo que los que empiezan sueltan a la primera oportunidad cuando se encuentran frente a frente con un autor reconocido. Supongo que él estaría harto de oír frases semejantes de aprendices con aires de grandeza, así que en el fondo me alegré de ser tímido.
Como sea, esta novela merece ser leída con cierta parsimonia, cosa algo complicada, porque las palabras te cautivan y te arrastran hacia el final, como las olas a los acordeones. Lástima que se hiciera una película demasiado pronto, lo que suele quitarle lectores a la novela original, especialmente si la película en cuestión recibe críticas tan negativas como fue el caso.

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