martes, 23 de marzo de 2010

Violent Femmes (Violent Femmes)



Milwaukee, Wisconsin, Estados Unidos, principios de los 80: tres amiguetes (Gordon Gano, voz/guitarra; Brian Ritchie, bajo; y Victor DeLorenzo, percusión) generan, sin saberlo, una de las piedras angulares de todo el punk-rock alternativo que estaba por venir. Tomando como nombre el argot de Milwaukee “femme” para algo así como “pelele”, el primer y homónimo disco de los Violent Femmes condensa toda la angustia y el nerviosismo adolescente en un contexto único: el folk-punk. O, lo que es lo mismo, ritmo y temática propias del punk a través de sonidos acústicos.

Como otras tantas veces ha sucedido a lo largo de la historia, el disco no disfrutó del merecido reconocimiento hasta mucho tiempo después de su lanzamiento. De hecho, sólo llegó a ser disco de platino diez años después de ver la luz. Sin embargo, esta indiferencia contribuyó indudablemente a situar la obra en lo más alto dentro de los círculos underground y a convertirla en disco de cabecera para muchas generaciones de adolescentes incomprendidos y cabreados.

A lo largo de sus diez o doce temas (la versión inglesa publicada por Rough Trade traía dos cortes extra), Violent Femmes (Rhino, 1983) es la prueba de que la electricidad, aunque ayuda, no es la única forma de canalizar la mala hostia, la ansiedad, la angustia, la incertidumbre adolescente o como queráis llamarlo. Así, podemos decir que nos encontramos ante un sonido propio, el sonido Violent Femmes que, todo hay que decirlo, lamentablemente nunca llegaron a reproducir con tanta calidad en ninguno de sus discos posteriores.

Resulta realmente difícil elegir algunos temas del disco y descartar otros, pero yo personalmente me quedo con Blister in the Sun, todo un clásico que abre el disco; Kiss Off, con su tremenda línea de bajo y su letra; Add It Up, mi favorita, un estallido punk en toda regla, una declaración de intenciones, un himno adolescente que encierra todo lo que uno piensa cuando tiene 16 años; y Gone Daddy Gone, con su inconfundible xilófono (sí, se puede ser cool con un xilófono).

Resumiendo, y como siempre digo al final (algún día escribiré sobre un disco que no me guste, a ver qué tal…), un disco imprescindible. Una obra que debería ser materia obligada en los institutos de todo el mundo. Un puñado de canciones que consiguen recargar mis baterías interiores siempre que las escucho, y es que, como alguien dijo, “huele a espíritu adolescente” y de qué manera.

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